Un cuidador atrapado entre leyendas y serenidad del camposanto
En medio del sosiego y la penumbra del cementerio, un trabajador solitario dedica sus días a mantener la paz entre las tumbas y a proteger los secretos que se esconden entre las antiguas lápidas. Su rutina diaria está impregnada de un silencio reverente, interrumpido solo por el susurro del viento y el canto de las aves que se posan entre los mausoleos.
Las leyendas que rondan el camposanto son tan viejas como el mismo lugar. Algunas noches, los habitantes del pueblo cercano aseguran haber visto sombras que se deslizan entre las tumbas, alimentando historias que se transmiten de generación en generación. Pero para el cuidador, estas son meras fabulas; su relación con el recinto es profundamente práctica, aunque no está exenta de un respeto casi místico por lo que representa.
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A pesar de la atmósfera a menudo escalofriante, él encuentra una calma singular en su trabajo. Los murmullos del viento entre los pinos se han convertido en una música familiar, y el crujir de las hojas secas bajo sus pies acompaña sus pensamientos en la soledad de cada jornada. Es un lugar donde el tiempo parece estar suspendido, protegido por muros de épocas pasadas que albergan historias de quienes ya se han ido.
Con el paso del tiempo, ha aprendido a distinguir entre los rumores infundados y los relatos que merecen ser compartidos, atesorando en su memoria aquellos cuentos que agregan un toque humano al inexpugnable silencio de la muerte. Él sabe que más allá de las leyendas, el cementerio es un reflejo de la comunidad que lo rodea, un lugar donde las vidas y los recuerdos se entrelazan eternamente bajo la sombra de inmortales monumentos de piedra.